viernes, 22 de julio de 2011

Decalogo Para adelgazar

Decálogo para no engordar estas vacaciones

1 Nada de Fritos
2 Poca Carne o nada de carne
3 Verdura y fruta
4 Nunca comer Mucho
5 Suprime el Estress
6 Come despacio
7 Infusiones
8.-Respira Profundo
9 Anda todo lo que Puedas

3 Es difícil seguir unos horarios en vacaciones, pero no imposible. Debe intentar no saltarse comidas (sobre todo el desayuno) y no picotear.

4 Aunque esté saboreando el mejor de los manjares, coma despacio. Masticar bien los alimentos es clave para una buena digestión y evitar la obesidad. Aproveche que en verano se come en compañía de la familia o los amigos para alargar la comida. En vacaciones no hay prisa.

5 La ansiedad que provoca el estrés está asociada a comer compulsivamente. Intente olvidarse de los problemas y no recurrir a la comida para aliviar tensiones.

6 Los milagros no existen. Ni siquiera en verano. Huya de dietas mágicas para perder peso antes de enfundarse el bañador. Si quiere seguir un régimen, póngase en manos de un especialista.

7 Dormir lo suficiente (al menos siete u ocho horas diarias) es básico para encontrarse bien y no engordar.

8 Hacer deporte es, durante todo el año, un método eficaz para mantener la báscula a raya. En verano se puede caminar, nadar, practicar deportes acuáticos... Dispone de más actividades deportivas y más tiempo.

9 Cuidado con el tabaco y el alcohol. Además de sus efectos tóxicos puede favorecer la subida de peso.

10 Las mujeres embarazadas deben cuidarse más. La malnutrición o la sobrealimentación favorecen el desarrollo de la obesidad y enfermedades metabólicas.

sábado, 2 de julio de 2011

En Dietas No Hay milagros

Érase una vez un editor que comía más de lo que necesitaba y que no dejaba de engordar. Desesperado por no hallar ningún remedio que le convenciese, decidió recurrir a un médico que pasaba consulta en París y le dijo: “Déme una dieta cualquiera, pero no me toque la carne, porque la carne es la vida”. A lo que el doctor le respondió: “Ok. Coma carne, sólo carne pobre en grasas, beba dos litros de agua y vuelva en cinco días. Y regresó con cinco kilos menos, lo que para mí fue una sorpresa”, ha relatado en más de una ocasión Pierre Dukan para explicar lo que le llevó a escribir Je ne sais pas maigrir (Yo no sé adelgazar).

Desde entonces, este médico francés de aspecto cordial y que se expresa en un castellano más que aceptable ha vendido alrededor de cinco millones de libros a raíz de apercibirse de que aquel editor que acudió a visitarle hace años perdía peso a una velocidad inaudita gracias a consumir alimentos proteicos y a renegar del pan, el arroz, las patatas y otros alimentos ricos en carbohidratos.

Sin embargo, otras teorías parecidas defienden con idéntico entusiasmo haber encontrado el método definitivo para perder peso. La dieta de la Luna, por ejemplo, interpreta que las diferentes fases lunares afectan el “ritmo corporal interno” (sic) siguiendo la misma pauta que los mares y los océanos. A partir de este argumento de peso, concluye que el secreto para perder tres kilos en un día consiste “en ayunar 26 horas, pero siempre coincidiendo con la hora del cambio de fase lunar”, según se explica en la página web que respalda a esta dieta.

En cuanto a la dieta del grupo sanguíneo, sugiere que cada persona ha de alimentarse en función de la evolución histórica de su grupo sanguíneo (A, B, AB y O). Según esta hipótesis, las personas con sangre de tipo O surgieron hace 40.000 años antes de Cristo y fueron cazadores, lo que les proporcionó un tubo digestivo muy resistente y bien preparado para metabolizar la carne, pero no los lácteos y los cereales, ya que por entonces no se conocía la agricultura. Por su parte, los agricultores (grupo A) deben de comer cereales, mientras que los pastores (grupo B) han de priorizar los lácteos. Finalmente, la dieta del aleluya, sólo permite consumir los alimentos mencionados específicamente en el capítulo I, versículo 29, del libro del Génesis. Este pasaje, que algunos interpretan como una invitación al vegetarianismo, señala: “Y dijo Dios: he aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y da semilla; os serán para comer”.

Por lo que se refiere a la teoría que maneja Pierre Dukan, comer carne fue lo que permitió a la especie humana prosperar, al poder dedicar menos tiempo a la digestión que los animales herbívoros y favorecer el trabajo intelectual (un principio, ese sí, aceptado por la ciencia). A partir de este hecho, Dukan defiende con convicción y espontaneidad que su método es el más cercano al código genético de nuestra especie y propone perder peso siguiendo un programa de cuatro fases (ataque, crucero, consolidación y estabilización) que incluye cien alimentos permitidos, 72 de ellos de origen animal y 28 de procedencia vegetal.

No obstante, el problema de apostar por un determinado tipo de alimentos y descuidar otros (y esto es aplicable a cualquier dieta que parta de este planteamiento) es que se registran carencias de los minerales, vitaminas y micronutrientes que precisamente esos alimentos prohibidos deberían aportar. Paradójicamente, eso fue precisamente lo que llevó a engordar a muchos de los que hoy están a régimen: consumir más cantidad de la recomendable de algunos alimentos en concreto (carne, embutidos, bollería y, en general, alimentos muy dulces, muy salados o con mucha grasa) y menos de la aconsejable de otros (fruta, verdura...).

Por lo demás, las estrafalarias hipótesis que plantean las dietas rápidas vienen a ser algo así como “la batallita o la novela que parece dar sentido a estas propuestas”, en palabras de Antonio Villarino, presidente de la Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación (Sedca) y catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.

Así pues, lo primero que conviene aclarar, indica Villarino, “es que no hay alimentos buenos y malos, permitidos y prohibidos, sino formas de alimentarse equilibradas o desequilibradas en su conjunto”. Y también la razón por la que se engorda: “porque se ingresa a través de la alimentación más energía de la que posteriormente se gasta con la practica de actividad física”, recuerda Javier Aranceta, presidente de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC).

Por expresarlo según las leyes de la termodinámica, si una persona que lleva una vida sedentaria ingiere 3.400 calorías diarias y sólo quema 2.400, engorda, ya que ahorra alrededor de 1.000 calorías, que acumula, básicamente, en forma de grasa. En cambio, si esa misma persona trabaja en el bosque abriendo cortafuegos con ayuda de una robusta hacha y gasta 3.500 calorías diarias a causa del esfuerzo físico, adelgaza, aunque a lo largo del día también se alimente con 3.400 calorías. Lo cual significa dos cosas: “que cada persona ha de seguir una dieta personalizada que se adapte a sus circunstancias personales y no dejarse llevar por los consejos generales de un libro”, según recalca Alfredo Martínez, catedrático de Nutrición y Bromatología de la Universidad de Navarra. Y también que este proceso ha de estar supervisado por “un internista, por un endocrino, por un dietista o por un médico con la capacidad clínica necesaria como para evaluar los riesgos que presenta cualquier dieta rápida, ya que lo contrario es jugar con fuego”, advierte Javier Aranceta.

Sin embargo, pese a este par de recordatorios, cuando surge una opinión contraria a cualquier dieta de moda, sus seguidores reaccionan furibundamente, y achacan este hecho a la envidia que despiertan quienes triunfan en su profesión, cuando no a la lógica ignorancia que cabe atribuir a las personas que niegan lo evidente, es decir, que con el método en cuestión se pierde peso.

Para estos indignados adelgazantes, la mejor prueba de que el sistema que siguen es maravilloso son ellos mismos. Y para demostrarlo, cuelgan vídeos y fotos en Twitter, YouTube, Facebook, etcétera, para dar fe de su evidente transformación, que en algún caso recuerda a la novela de Richard Matheson El increíble hombre menguante. Y no hay forma de sacarles de ahí, ni siquiera cuando se les hace ver que, según concluye la literatura médica, un 85% de ellos acabará pesando a medio plazo más que antes de ponerse a dieta.

La teoría que maneja Julio Basulto, responsable de investigación de la Asociación Española de Dietistas Nutricionistas (AEDN), “es que las personas que siguen este tipo de dietas consideran que existe una relación causa-efecto entre su pérdida de peso y, por ejemplo en el caso de Dukan, el consumo de alimentos proteicos. Ya se sabe, ‘canta el gallo, sale el sol, así que el sol sale gracias a que canta el gallo’”. “En cambio –prosigue–, cuando al cabo de un tiempo estas mismas personas acaban pesando más que al principio de ponerse a dieta, interpretan que ha sido por culpa suya a consecuencia de haber hecho algo mal (por ejemplo, haber tomado menos proteínas de las debidas), en lugar de atribuir el fracaso al gurú que diseñó la dieta, cuando es el auténtico responsable”, indica este dietista-nutricionista.

Así las cosas, la pregunta es... ¿Por qué entonces se pierde peso con estas dietas? La primera reflexión es que cualquier sistema basado en comer menos acaba funcionando al principio. Es decir, si alguien se alimenta únicamente con alcachofas, baja de peso. Y si ese alguien no come ni siquiera alcachofas y sólo bebe sirope de savia de arce o cualquier otra dieta líquida parecida, todavía pierde más peso. Pero no porque la alcachofa tenga un principio activo o una enzima –dos palabras habituales en estas dietas– o porque el sirope de savia de arce disuelva la grasa del mismo modo que lo haría un spray concebido para limpiar las encimeras, sino en virtud del principio de termodinámica antes descrito. El mejor ejemplo es la dieta de la luna: si una persona ayuna durante 26 horas pierde peso, se ponga como se ponga la Luna...

Sin embargo, hay algo importante: una cosa es perder peso al principio y otra muy distinta “adelgazar a la larga”, según puntualiza Susana Monereo, responsable de endocrinología y nutrición del hospital universitario de Getafe y una autoridad en el estudio de la obesidad.

Vale la pena escuchar a Javier Aranceta, presidente de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria, cuando explica por qué se vuelve a ganar peso de manera repentina al abandonar, por ejemplo, la dieta Dukan. “Con una dieta hiperproteica se pierde mucho peso al principio, sobre todo agua. Esto ocurre porque cuando hay un cambio brusco en la forma de alimentarse, el cuerpo recurre en primera instancia a sus reservas de glucógeno. Hay que recordar que cada molécula de glucógeno va unida a cuatro de agua. Por eso, en un primer momento esta dieta tiene resultados espectaculares: porque se pierde mucha agua”, indica tras precisar que las personas con sobrepeso u obesidad, no tienen exceso de líquidos, sino de lípidos, con p.“Lo que ocurre –continúa–, es que si bien es cierto que el organismo pierde peso al principio porque anda algo despistado, luego se organiza y cambia su proceso metabólico para intentar mantener la antigua imagen corporal que tenía de la persona. Por ese motivo, cuando alguien se aburre de una dieta y vuelve a la normalidad, el proceso metabólico sigue a régimen, por más que la persona ya no lo esté, con lo que el cuerpo aprovecha hasta el último gramo de comida en previsión de un episodio parecido”, explica Aranceta, dando a entender que el organismo no puede precisar si una persona ayuna o semiayuna de forma voluntaria o tiene dificultades para cazar y conseguir comida, por lo que, ante la duda, reacciona acumulando grasa para garantizar la supervivencia si en el futuro se ha de enfrentar a una situación parecida. Esta es la razón por la cual las personas que han realizado muchas dietas rápidas se encuentran con cada vez más dificultades para perder peso y, por el contrario, más facilidad para ganarlo.

No obstante, y pese a que el mecanismo por el cual se vuelve a ganar peso al acabar una dieta severa es fácil de entender, sus fans consideran que el método que han elegido es tan excepcional en todos los sentidos que prevé esa circunstancia.

En ese sentido, si algo hay que es de justicia reconocer a las dietas rápidas es su habilidad para manejar conceptos de marketing, crear webs interactivas, relacionar a famosas y celebridades con su método y, en definitiva, prometer la luna.

Esta situación, que se repite cada año desde prácticamente el año 1960, cuando el exceso de peso comenzó a convertirse en habitual en las sociedades industrializadas, ha generado situaciones realmente insólitas durante el último siglo. Ya antes, en 1939, por ejemplo, un estudiante de Harvard se tragó viva una carpa dorada de acuario y aseguró que perdía peso. Poco después, cientos de personas corrieron a imitar esta extraña práctica. La fiebre acabó cuando las autoridades sanitarias certificaron que el método no sólo no hacía perder peso, sino que ponía en grave peligro la vida de los osados, debido a los agentes patógenos y parásitos que podía trasmitir el goldfish.

También en España se detectan de tanto en tanto episodios similares, como reconoce Lucía Bultó, una prestigiosa dietista y nutricionista, que en alguna ocasión se ha visto obligada a aclarar a algún paciente que colocarse un diente de ajo a la altura del ombligo no disuelve la grasa. Y es que, de algún modo, lo único que diferencia a las dietas rápidas es el grado de sofisticación de la teoría que las inspira. En todo lo demás son como gotas de agua: se pierde mucho peso al principio y se vuelve a engordar a la larga.

Con todo, lo que quiere saber la lectora o el lector que ha sido capaz de llegar hasta aquí es cuál es el mejor método para perder peso. La respuesta es que adelgazar no es fácil ni rápido. Por decirlo en palabras de Javier Aranceta, “lo ideal sería que el exceso de peso que se ha acumulado durante, pongamos por caso, dos años, se perdiera en un tiempo similar con una alimentación equilibrada que incluyera la práctica de actividad física”. Por esta razón, tienen tanto éxito las dietas milagro: porque prometen solucionar en pocos días lo que se ha hecho mal durante años.

Así pues, la pregunta que deberían formularse quienes han tomado la siempre saludable decisión de quitarse unos kilos de encima es decidir si llevan intención de pasarse el resto de su vida comiendo alcachofas, bebiendo sirope de savia de arce, tomando cucharadas de salvado de avena, prohibiendo alimentos, haciendo comidas de gala, comprando productos que presuntamente queman la grasa y demás parafernalia habitual que se da en todas estas dietas.

Al respecto, recurrir a una dieta rápida durante un breve periodo de tiempo (independientemente de que sea hiperproteica o hipocalórica) puede ser una buena estrategia para motivarse y perder peso rápidamente, siempre y cuando lo decida un especialista tras analizar las características personales. Si el doctor en cuestión no trabaja al servicio de una dieta milagro (algo cada vez más habitual...), lo más normal es que en pocos días o semanas intente educar a la interesada o al interesado, para que pueda disfrutar de cualquier alimento sin excepción y no repita de nuevo los errores que le llevaron a engordar.

Todo lo que no sea eso, significa pelearse con la comida, en lugar de gozar de uno de los grandes placeres terrenales, si no el mayor...